En nosotras, las mujeres que leemos en el metro, han debido pensar los editores de Almudena Grandes cuando nos han dedicado un nada despreciable volumen de setecientas y pico páginas, de buena letra, eso sí, algo que siempre se agradece. Y allí, en el metro, entre episodio bélico y fantasía con espías en blanco y negro, van cayendo los trayectos. Alguna vez incluso lamentamos que se haya acabado el viaje y tengamos que esperar hasta la vuelta a casa para saber qué va a ocurrir a la vuelta de la página.
En Los pacientes del doctor García, más que un retrato galdosiano del Madrid —escarceos internacionales incluidos— de la guerra y de la posguerra, lo que nos encontramos es una historia de amigos: dos hombres que se conocen en trágicas circunstancias —lo peor de las guerras se ha cebado en ellos—, se salvan la vida mutuamente en circunstancias aún más límites, y finalmente tras una larga separación con el charco por medio, vuelven a juntarse en Madrid con las nieves del tiempo plateando sus respectivas sienes, y tomándose las suficientes copas en un clásico madrileño que los lleva calle Alcalá arriba a perderse en el incipiente Madrid democrático.
Los hombres son los protagonistas, pero las mujeres ocupan papeles relevantes, sobresaliendo sin lugar a dudas la muy real Clarita Stauffer, de la que Grandes hace un ajustado retrato y hasta se permite colocarle una frustrada aventura amorosa impropia de su condición.
Novela con distintos registros y distintos narradores, la voz de la autora se deja oír claramente en algunos pasajes tomando partido, o quizá sea una mera traición del subconsciente o un homenaje a la actualidad: «Pero como ya se sabe que las mujeres somos capaces de hacer varias cosas a la vez...», incluso follar.
Porque e esta novela también se folla, de una forma directa, casi sin prolegómenos, como corresponde a la autora de Las edades de Lulú. Poco se ha refinado y avanzado la autora en esto de las escenas de cama, y suelen ser ellas las que de una forma decidida toman la iniciativa. Las apetencias eróticas cumplen por igual a azules que rojas, y solo ya, cuando el declive y las fogosidades de la juventud han quedado atrás, aparece el amor para consolidar relaciones sólidas y convencionales. A un lado y al otro del charco, los incondicionales amigos separados por la propia vida siguen trayectorias paralelas.
Entre medias numerosos hechos históricos, prolijamente narrados las más de las veces, que más allá del amplio marco en el que pudiera haberse desarrollado la ficción, poco aportan a la esencia de la novela. Más estorban que añaden, aunque hay que reconocer que la autora se ha debido documentar en libros de divulgación y algún que otro especializado. No obstante, tanto detalle sobre unos hechos que por lo general no se buscan en una novela distrae y hace que el lector se esfuerce en seguir el hilo y poner nombre y circunstancias de cada uno.
Novela de espías, dicen, en estos intríngulis de andar jugando a buenos y malos, la autora se deja algún cabo suelto o introduce anécdotas o datos que no llevan a ninguna parte. ¿Es importante que un pobre enterrador le quite el abrigo a un muerto anónimo, se lo lleve puesto —él ya no lo necesita— y tenga la precaución en casa de quitarle la etiqueta? A todo esto, el pobre abrigo, casi tanto como el muerto, ha sufrido todos los avatares de su dueño antes de cambiar de manos: sangre, intemperie y un hacer la croqueta en una vaguada de la Casa de Campo un día de invierno, probablemente embarrado, pero oye, si al enterrador le quitó el frío, no vamos a poner pegas ahora al muy probable estado del abrigo.
Demasiados personajes, y no estamos ante una novela coral. Ni siquiera ante una novela que presente distintos estratos, distintas facetas de la vida madrileña de la posguerra, el enterrador y su abrigo no deja de ser una anécdota sin importancia.
En definitiva, novela con luces y sombras, bien contada a pesar de la complejidad, pero que no deja ganas de volver, cuando se ha llegado al último capítulo, a ninguno de los pasajes anteriores, ni tan siquiera para comprobar que aquel personaje que apareció en tal o cual capítulo...
Buenos viajes en metro, amigos.
Almudena GRANDES: Los pacientes del doctor García. Tusquets, 2017