miércoles, 27 de diciembre de 2017

Número 180. La noche que no paró de llover. Frases hechas, jardines sin flores

Muy al principio de la novela, la autora se sirve del tópico de los refranes, en abstracto, para dejar claro que no es algo propio de las horas altas, sino de las bajas, de ociosos jubilados que matan las mañanas viendo la televisión, algo impropio de Laia, una joven profesional llena de expectativas, aunque sea en una ciudad desconocida, una ciudad con mar:
 Y aquello, comer de pie mirando al mar, era lo más inteligente que había hecho en una mañana en la que hasta había estado tirada en el sofá tratando de adivinar los refranes de «La Ruleta de la Fortuna». Más bajo no se podía caer.
foto desdibujada de una playa con dos perfiles

Laia odia las frases hechas, los tópicos en los que caen las parejas, así lo recuerda Emma a cuenta de un pequeño desencuentro:
Qué tontería, Emma, dice siempre, quién quiere sentimientos que se expresan con frases hechas, con lugares comunes, para qué quieres que te diga lo que te han dicho tantas veces y que resultó ocultar sentimientos más falsos que un billete de treinta euros.
Las frases hechas, los refranes son más propios de viejos, que deben apoyarse en ellos para sacar lo que llevan dentro, que deben suplir con tópicos la falta de palabras, como cuando Valeria le habla de su fallida maternidad:
Yo siempre quise tener hijos. Quiero decir, siempre supe que había que tenerlos, porque un matrimonio sin hijos es como un jardín sin flores. Ya sé que ahora las modernas no lo veis así, y bueno, yo no digo nada, Laia, pero una cosa es que cuando eres joven no quieras tenerlos para estar más libre y hacer lo que te dé la gana, pero luego pasan los años y si no los has tenido te arrepientes y ya es tarde. Ahora las cosas son de otra manera: se adopta, hasta me han dicho que hay gente que encarga los hijos a mujeres que los llevan en su vientre y los paren por dinero. Pero antes no era así. Antes las cosas eran como tenían que ser: te casabas, tenías una casa, tenías un empleo, tenías unos hijos y vivías en armonía. Y los matrimonios sin hijos eran muy tristes.  
A pesar de pasar sus días en al rutina de un geriátrico, Valeria parece estar al tanto de cómo son las cosas ahora en este mundo. En cierto modo las cosas siguen siendo así, aunque se produzcan en otro orden: ¿Se casará algún día con Emma? Tiene un trabajo, aunque no tenga un empleo; la casa que ha preparado ella para las dos es preciosa, un hogar que mira al mar, y el reloj biológico ya le ha avisado de que es el momento de pensar en los hijos. 

Laia no cree ni en refranes ni en lugares comunes, pero duda de si le ha dado a Valeria, su paciente, la respuesta adecuada o simplemente se ha dejado llevar por las circunstancias: 
Valeria no había podido tener hijos, y en la consulta lo despacharon con tres o cuatro frases, un par de lugares comunes que, cuánto se avergonzaba, le había dicho Laia, dos o tres simplificaciones que había formulado Valeria obviando la cantidad de dolor que podía ocultarse en ellas. O tal vez no. Tal vez Laia estaba midiendo con su misma vara de sufrimiento las circunstancias de otra persona sin conocer completamente cuál era el dolor exacto del pensamiento. Cómo no le iba a haber causado sufrimiento ver que pasaba el tiempo y no se producía el embarazo, empezar a pensar que tal vez no podía tener hijos, en aquel tiempo en que cualquier esterilidad era una desgracia, un matrimonio sin hijos es como un jardín sin flores, ¿había dicho esa frase Valeria? ¿O era la abuela Montserrat a que siempre lo decía para justificar los muchos hijos que había parido?
Un tópico que se repite, un tópico alrededor del que gira la frustración como madres de dos mujeres tan diferentes. 

Y luego está el otro tópico: ¿pueden llegar a ocupar el vacío los hijos de otros? Al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos, dice el refrán popular con su punto de ironía que habla más de castigo que de premio, pero Castañón lo modifica acertadamente para describir la realidad vital de Valeria: 
No sé por qué, pero no vinieron. En aquella época era todo muy sencillo: los hijos te los daba Dios, y ahí se quedaba todo. Pasados unos años, me resigné, y con el tiempo llegué a agradecerlo. Siempre se dice que a quien Dios no da hijos, los colma de sobrinos. Y bueno, a mí no me colmó, que eso sería si me hubiera dado muchos, y solo fueron dos.
Dios premia, compensa, colma, de algún modo la falta de esos hijos, pero no en el caso de Valeria, con la que fue poco generoso. 

Dios también parece castigar, sin piedra ni palo, como afirma otro refrán, refrán que repetía la madre de Valeria, cuyos dichos recuerda en más de una ocasión: la mejor carrera es un buen matrimonio. Esta frase la hemos oído más de una vez las que tenemos una edad, y también la hemos leído y escuchado en boca de uno de los más logrados caracteres de nuestra literatura, la Carmen de Cinco horas con Mario. Algunos críticos hablan de influencias e incluso de homenajes a la obra delibiana en esta novela de Castañón. Carmen repasa su vida, se confiesa, ante al cadáver de su marido; Valeria se confiesa ante su psicóloga, que apenas le da pie para que ella siga en monólogo. ¿Hay más puntos comunes entre estos dos personajes que comparten edad, tiempo, ideología y casi posición social? Podríamos encontrarlos, sin duda, pero estas posibles coincidencias no serán lo más importante en la novela; en todo caso hablemos de correcto homenaje.

Hasta aquí pudiera parecer que solo Valeria es capaz de apoyar sus recuerdos en refranes, pero Emma, en su desparpajo, también nos deja algunas perlas, aunque tengan un tono más sentencioso y menos popular. Emma las analiza, estruja y cuestiona esas frases comunes: 
No pronunciar en voz alta los miedos es privarlos de carta de naturaleza. Lo que no se menciona no existe (...)
Es como si al entrar el amor por la puerta, saliera la razón de un salto, hale hop, por la ventana, y adiós muy buenas: 
Una de las cosas que les ocurre a los que aman es que no piensan. No pensamos, así de claro te lo digo. Dicen que el amor es ciego, pero no es cierto, lo que es es tonto de remate. 
Las madres vuelven a aparecer de nuevo enredadas en los lugares comunes, Emma nos lo dice clarito, arrimando el refrán esta vez a su sardina:
Es que mi madre es como es: no filtra. Escucha aquí, suelta allá, sin molestarse mucho en tamizar siquiera la información. Y habla mucho, y quien mucho habla mucho yerra, aunque en este caso tal vez debería decir, y sin que sirva en absoluto de precedente, que por una vez quien mucho habla en algo acierta, porque tengo que reconocer que lo que ahora me ocupa el pensamiento fue cosa de mi madre. 

Comentario para el club de lectura La Acequia

6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente aportación en tu tema tan tuyo. Demuestras claramente cómo desde esta perspectiva se definen los personajes, dotados de personalidad. ¡Cómo he disfrutado de tu análisis de los giros a los refranes que da la autora! Ahora solo hace falta que alguien analice el uso de las canciones "populares" en la novela.
¡Feliz año!

pancho dijo...

Ese pequeño toque personal que la autora le da a los clichés de la lengua es el que define a un buen escritor. Muy difícil crear o inventar algo nuevo, algo que no haya sido dicho antes.
Buen trabajo, muy interesante.
Un abrazo. Feliz año.

Abejita de la Vega dijo...

No se te escapan los refranes y lo que más te gusta es que les den la vuelta como aun calcetín.
Si la vaca pare en casa, el choto es mío.

Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Es que los vicios son los vicios, y como dice un amigo no podemos leer un libro sin empezar a subrayar.

Habrá que dedicarle otra entrega a esa vaca y a ese choto.

Ele Bergón dijo...

Efectivamente Carmen, cada uno en la lectura, nos fijamos o nos conmueve más unas partes que otras, eso va en el ADN de nuestra experiencia e intereses.

De todas formas, con lo poco que he leído de esta novela, mis conclusiones son muy, muy endebles y parciales.


Besos

Paco Cuesta dijo...

Si la novela está copada por mujeres, la maternidad, las madres, van en cabeza de la manifestación. Hoy curiosamente (o no) las abuelas, alcanzan cotas muy altas en las conversaciones jóvenes.