lunes, 13 de noviembre de 2017

Número 177. De apellido notorio, Tenorio

Nos invita el profesor Ojeda, que con diestra mano guía el club de lectura La Acequia, a hacer un paréntesis en nuestras lecturas y dedicarle unas líneas a Don Juan Tenorio, la universal obra de don José Zorrilla, en cuyo bicentenario andamos. 

El colega de lecturas, Paco Cuesta, lo ha dicho ya casi todo: nos gusta esta obra porque es puro teatro, así que en primer lugar, y con ayuda de la Wikipedia, que tiene una estupenda entrada sobre esta obra, intentaré hilar alguno de mis recuerdos. 

Posiblemente mi primera experiencia teatral fuera en el Español en 1968, ya que tengo clara la imagen de José Luis Pellicena y de una jovencísima Ana Belén, pues ambos daban muy bien en escena.

Recuerdo también otra representación, pero aquí sí que no puedo precisarla, en el que el escenario se inundaba de luz y color. En el primer acto, don Luis y don Juan medían y pesaban sentados en los extremos de un balancín colocado sobre un cubillo en la famosa Hostería del Laurel: 
Yo a los palacios subí,
yo a las cabañas bajé,
yo los claustros escalé
y en todas partes dejé
memoria amarga de mí. 
La fraseología de Tenorio, creo que poco estudiada, ha ido dejando su huella en el habla de todo español que se precie. ¿Quién no lleva en su memoria alguno de los versos más conocidos y lo saca a colación cuando la ocasión invita a ello?

Recuerdo también el año en que Armando Calvo y Elisa Ramírez pusieron el cuerpo y la voz a don Juan y a doña Inés. Larra, fino crítico teatral, ya se lamentaba de los actores que debido a su edad «no daban el papel». Don Armando, que había hecho el papel en numerosas ocasiones, se sabía el texto de corrido y lo declamaba con magisterio, pero lamentablemente su físico no le permitió coger al vuelo a una doña Inés desmayada en sus brazos, y la actriz tuvo que pasar los suyos por el cuello del galán y casi arrastrarlo en el mutis de la escena IV del acto tercero.

Brígida siempre me ha parecido un gran personaje. De hecho si a mí, como a las grandes actrices, me hubieran preguntado en un tiempo qué papel me hubiera gustado hacer, nada de Ofelias, yo hubiera querido interpretar a Brígida, y decir con acento pícaro aquello de:
Vendrá en verso, y será un ripio
que traerá la poesía.  
¿Y qué decir de la escena más popular, la escena del sofá? Ahí reconozco que la televisión, con la posibilidad de los primeros planos, hizo mucho por darnos cada vez una escena diferente. 


ventanales geminados sobre pared blanca y repecho entrelazado. Uno de los ventanales está abierto y en el cristal del otro se refleja un edificio


Y allí, en la quinta de don Juan, con el Guadalquivir como testigo tras los ventanales: 
¿No es cierto, ángel de amor,
que en esta apartada orilla
más pura la luna brilla
y se respira mejor?
Que me perdone la Zayas, que no me extraña que, coetánea de don Luis y don Juan, aconsejara a las mujeres apartarse del mundo, pero más de una vez he deseado que de pronto la historia cambiase, que el Comendador perdonara a don Juan, que él y doña Inés se casaran, fueran felices y comieran perdices...

¡Ay! Ni tan siquiera las paredes del convento protegían a aquellas infelices mujeres, que quedaban reducidas a mera moneda en mano de los hombres.¡Pobre doña Inés, pobre doña Ana de Pantoja, pobres todas!

¿Y si don Juan fuera mujer?

Alguna imitación burlesca ya apareció en el propio siglo de XIX de la obra de más éxito del teatro español. ¿Te atreves a echarle un ojo a Doña Juana Tenorio? La escribió un hombre. 

Volvemos al principio, por encima de todo y del propio texto, Don Juan es sobre todo puro teatro.