miércoles, 4 de octubre de 2017

Número 172. María Zayas o el que quiero no me quiere...

Para comentar a María Zayas, autora con la que iniciamos este año el curso en el club de lectura La Acequia, dejo a un lado de ir a los libros de consulta a ver qué comentaban sobre ella los estudiosos de las historias literarias, y en vez de ello me sitúo ante una de las puertas del tiempo, ataviada como más cercana a ella puedo encontrarme, dispuesta a retroceder algunos años a ver, si de esta guisa, consigo captar el espíritu de sus novelas. 

Una foto mía de hace diez años ataviada con un traje seudomedieval naranja y ante una puerta vieja de una casa antigua

Decía que vencía la tentación de ir a ver lo que en su momento me contaron de ella, entre otras razones porque preferencias de mis profesores aparte, tanto en el bachillerato como en la carrera, nadie me habló nunca de semejante dama.  Parece que solo los principales autores, por supuesto varones, son dignos de llegar a las aulas, pero algo se les debió escapar por algún lado a alguien, porque una calle en mi barrio la recuerda, y aunque solo sea por eso, por pasar por ella no pocos días, es nombre que sonaba en mi cabeza.

De la ausencia de mujeres en las lecciones académicas se sigue lamentando al día de hoy la joven filóloga Alba Lara en este oportuno artículo. A remediarlo, aunque sea en parte, parece que quiere ayudar la mismísima Biblioteca Nacional con el lanzamiento de una editatona dedicada a las escritoras. A los que pasáis por este blog os rogaría que no perdáis la ocasión: dar visibilidad a las mujeres escritoras es tarea de todos y no podemos demorarla. 

María de Zayas fue una señora que allá por el siglo XVII escribía, y no solo escribía, sino que incluso publicaba, y con su pelín de ironía y quizás de mala leche, así lo recuerda en las primeras líneas de sus Novelas amorosas y ejemplares, dirigiéndose a un lector mío, que por el contexto apreciamos enseguida que no se trata de un masculino genérico, sino que va directamene a los varones, que aunque elogiaran a doña María —probablemente más por posición social que por reconocimiento sincero— seguían manteniendo sus dudas acerca de si las mujeres eran capaces o no de llevar a cabo ciertas tareas. 
Quién duda, lector mío, que te causará admiración que una mujer tenga despejo no solo para escribir un libro, sino para darle a la estampa, que es el crisol donde se averigua la limpieza de los ingenios.
Nada más atravesar la puerta del tiempo, o si gustáis nada más adentrarme en estas novelas que nos dejó doña María, me encuentro con mis amigas, también ataviadas a su modo, alegres, ofreciendo en un puestecillo de mercado, pues hoy tenemos fiestas y ferias en la localidad, el fruto de su propio ingenio, que ha llegado a ellas de abuelas a madres, y de madres y tías a hijas, en largas noches de cocina, o de brasero y estrado si lo preferís así. 

Puesto de rosquillas en mercado medieval con mujeres ataviadas a la antigua

Y a comentar con ellas voy estas maravillas, pues es sabido que en aquel siglo donde vivíamos nuestra distracción principal era leer y hablar, aunque las comedias de la época, e incluso nuestras propias novelas, se empeñan en pintarnos esperando a los hombres, que parece que toda nuestra vida no tiene sentido sin ellos. 

Ni las comedias ni las novelas dicen toda la verdad, pues en realidad nuestra mejor distracción era hacer rosquillas y otras frutas de sartén, que si lo pensáis bien, es más o menos lo mismo que escribir novelas, pues todo consiste en mezclar bien los ingredientes, ponerles alguna gotita de novedad y otro poco de picardía, y a eso vamos. 

—Ya te dije, hermana, que le ponías demasiado anís, y además se nota que es barato, vamos, que no has buscado mucho en tu despensa literaria.

—Ya quedamos en hacerlas con lo que teníamos, que lo suyo era divertirnos un rato.  

—Pues a mí buenas me saben, y ya llevamos vendidas varias cajas, así que señal que gustan.

—No me gustan las rosquillas, siempre la misma masa, amores y desamores, y a este quiero, pero este me dan...

—¿Y qué quieres? ¿Hacer las rosquillas sin harina ni huevo?

—Pues digáis lo que digáis, donde estén las orejuelas y los florones...

—¿Y las masas que echamos a perder en esos intentos? Quita, quita.

—Lo mejor es hacer las rosquillas y con la receta de siempre, que esa ya sabemos que es segura, que nosotras no hemos ido a ninguna Alta Escuela de Cocina, como han ido ellos, que nosotras lo que hemos visto en casa. 

—Lo nuestro gusta más porque es lo auténtico.

—¡Qué dices! Si la receta que hacemos ahora se la copiamos a aquel cocinero del rey...

—Solo que con más anís, y yo os digo que tanto anís empalaga.

—Las nuestras son artesanas y naturales. 

—Eso porque no te dejamos echar aquel componente secreto...

—Reconoced, por lo menos, que alguna se os quemó en la sartén.

—¡Pues bien que te las estás comiendo, hermana!

—Es que en algo nos tenemos que entretener.






4 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

[...] "En lugar de aplicarse a jugar las armas y a estudiar la ciencias, estudian en criar el cabello y matizar el rostro" (María de Zayas, Desengaños, en referencia a la mujer).
No me cabe duda de que esa postura venía impuesta por el control del hombre sobre la mujer del XVII; afortunadamente se han roto las cadenas y hoy (entiendo yo) la vida tiene sentido para hombres y mujeres. Juntos o separados.
Besos.

Ele Bergón dijo...

Si ahora ahora sabemos algo más de las mujeres que en siglos pasados,
es porque la propia mujer se ha empeñado en investigar y difundir- qué te voy a contar que tú no sepas- por eso me parece interesante el lanzamiento de la editatona .

Supongo que conocerás a la francesa Christine de Pizan y su famoso libro " La ciudad de las damas" que no solo escribía y la publicaban, además cobraba por ello allá por los siglos XIV y XV, en plena Edad Media.

Ya veo que al final traspasaste la puerta del tiempo. Te sugiero que si vuelves por el siglo XVII, te lleves unas cuantas rosquillitas para dárselas a doña María de Zayas y Sotomayor, posiblemente si las come, se le dulcificará el cáracter

Besos

Abejita de la Vega dijo...

No puedo con esta señora. O soy yo que estoy algo descentrada. No me sale la entrada de la Zayas. Fue una buena idea la tuya, te vas de dama antigua a hacer rosquillas. ¿Feminista doña María? Defensora de la mujer, sí.
Besos, Carmen.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué maravillosa entrada. A la visibilidad de estas escritoras hay que apuntarse. ¿Olvidarnos de una mujer escritora de éxito? Qué cosas tiene la historiografía literaria...
Por cierto, a ver si pasamos de la teoría a la práctica y probamos esas rosquillas.