martes, 27 de diciembre de 2016

Número 142. La parodia de la parodia. Más que amigos

Si empezábamos la novela con don Quijote y Sancho travestidos de personajes de La guerra de las galaxias, poco después de visitar el Cervantes, donde no causan la impresión que debiera, se encuentran ambos protagonistas, sin saber ni cómo ni por qué, protagonizando una película de catástrofes. 


El cine se hace explícito, y como no tenemos una cámara que nos vaya describiendo la visión apocalíptica que encuentran al recorrer las calles, es la pluma de Perezagua la que con todo lujo de detalles nos va describiendo las escenas de desolación, en las que no ha quedado ni bicho viviente ni materia orgánica alguna, y donde un agua rojiza va inundándolo todo. 

Puesta de sol: cielo rojo reflejado en el agua.

Emprende don Quijote entonces la búsqueda de la Marcela de sus sueños, que no es otra que la torre Libertad, que se le desveló en una duermevela con mucho de pesadilla esperanzada. Sancho, siempre fiel, sigue los pasos de su señor sin osar separarse un átomo de su estela. 

Y aquí llega, sin duda, para mí lo mejor de la novela: el monólogo —elegía lo llama la autora— de Sancho ante su señor desmayado. Nunca fue tan lúcido el noble manchego como al verse allí, teniendo entre sus brazos al caballero y temiéndose lo peor:
—¡Oh, mi noble y venerable viejo! [...] Pero heme aquí solo. sin nadie que me ayude siquiera a sacarme todas las lágrimas [....] ¡Despierte, mi amo! ¡Viva conmigo muchos años, aunque seamos las dos últimas almas vivientes! ¡Ay, si yo pudiera engendrar con vuestra merced los primeros hijos que devolvieran la alegría, y la hierba, y los soles, y las brisas, y los trenes a esta ínsula! ¿Para quién soñaré yo ahora? ¿Para quién querré ser otro diferente de mí mismo? [...]
Leyendo este lamento nos damos cuenta de algo que puede ser una obviedad, pero que no siempre se ha puesto en su verdadero valor: don Quijote sin Sancho no hubiera sido posible. Son dos en uno, yendo de acá para allá como en un road movie, por seguir con las metáforas cinematográficas. 

Se siente Sancho solo y desolado, pero las cámaras del estadio en el que se encuentran serán las encargadas de volver en sí a uno y otro. 

Recuperado don Quijote, Sancho, el Sancho que tan solo unos segundos antes se había sentido hasta capaz de asumir el papel y los valores de su señor —Sancho el Bravo Sancho el Temerario, Sancho el Iracundo, Sancho Contra la Muerte— se convierte en el hombre más feliz sobre la Tierra:
Y de este modo, Sancho Feliz, Sancho Con Amo, Sancho Con Brújula y Rumbo siguió a don Quijote, mirándole con la fascinación de quien admira el paso efímero de una estrella fugaz y ve cumplido, al instante, su deseo. 
Final de vértigo, sin poder gobernar una improvisada nave, don Quijote y Sancho encontrarán al final su verdadero destino, que no es otro que intentar arreglar los desastres del mundo, pero para ello es preciso estar locos. 

Comentario para el club de lectura La Acequia

martes, 20 de diciembre de 2016

Número 141. La parodia de la parodia. Los refranes de Sancho


Cuando don Quijote y Sancho han dado fin a su última aventura, al menos en este libro, la autora incluye una página de referencias a las que nos remite por si nos queda alguna duda de las citas o formas de hablar de sus personajes. 

Así nos dice que si bien es verdad que nunca se habló en el libro original de «desfacer entuertos», ella se ha tomado la licencia de ponerlo en boca de sus personajes, porque a fin de cuentas esa forma de hablar, presuntamente cervantina o al menos quijotesca, se ha ido fraguando en el imaginario popular y no vamos a llevarle ahora la contraria a siglos de tradición. 

No solo los personajes, también la voz del narrador ha adoptado para contarnos las aventuras un tono «antiguo», que si no coincide con el pulso cervantino, al menos contribuye a crear ambiente exótico. En este punto no podemos olvidar que el Quijote, y su personaje, está lleno de anticuallas, no solo en el vestir, también en el lenguaje, para lo que se estilaba a principios del siglo XVII. 


En este mundo de convenciones y lugares comunes, los refranes en boca de Sancho no podían faltar, y así vemos en el centro de la novela cómo un Sancho locuaz, dicharachero por demás, y dando patadas al diccionario de continuo para desesperación de su amo, ensarta unos cuantos refranes para que quede constancia de ese modo de hablar que tanta fama le ha dado.

Conviene recordar, que en el Quijote no es Sancho el único que dice refranes, aunque destaque por su número, al propio don Quijote le contabilizan los especialistas numerosas paremias, tanto populares como cultas, y de igual modo a casi todos los personajes secundarios puede atribuírseles algún que otro refrán (Cantera Ortiz de Urbina et alii, 2005; 17-27).

Salvo alguna excepción, que señalaré enseguida, Perezagua ha reducido notablemente el hablar sentencioso de don Quijote y podemos decir que pone en boca de Sancho algunos refranes, casi de forma testimonial. Ella, como narradora, utiliza también este recurso alguna vez, ya vimos lo de El hábito hace al monje, en el capítulo anterior, pero veamos en profundidad alguna de estas series.
—Sea, pues. Búrlese vuestra merced de mí, y alla se lo haya. Pues verdad es que muerto el perro se acabó la rabia, y que en la juventud, piojos son salud, y que de fraile y de soldado el piojo es enemigo declarado, y que a correr piojo que viene el peine, y que piojo por piojo, liendre por... 
Cinco paremias ensartadas en tan corto párrafo es ciertamente todo un logro. ¿De dónde salen estas paremias que la autora maneja con una cierta maestría? Si para don Quijote no había refrán que no fuera verdadero «porque todo son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de todas las ciencias», no nos cabe la menor duda de que Perezagua ha recurrido a Google, o a un recurso similar, para obtener sus refranes, que en general no son muy conocidos. 

En cuanto a ese piojo por piojo, liendre por... que nos encontramos al final, y que nos remite por proximidad fonética al Ojo por ojo, diente por diente, es sin duda una modificación jocosa más, un antiproverbio, tan fáciles de encontrar en todas las épocas, del que también encontramos alguna realización en Internet, por ejemplo esta incrementada de Twitter:
Piojo por piojo, liendre por liendre, ganaremos esta lucha, engendre lo que engendre.  (@tannnit, 8-06-2015).
En otras ocasiones Perezagua ha optado por una variante poco común, como A buen hambre, no hay pan malo, cuando son más habituales las variantes con «pan duro» y «pan seco». 
—Ay, Dios mío, la que nos va a caer. ¡Oigan, oigan, vuestras mercedes, que yo no estoy en huelga de hambre! Si no me creen, tráiganme una buena hamburguesa doble con beicon y mucho queso, o lo que vuestras mercedes prefieran, que a buena hambre, no hay pan malo, y que nunca engaña el bostezo, que es de hambre o es de sueño, y así bostezo yo, miren, miren qué bostezo y, puesto que no tengo sueño, es de pura hambre que quiero saciar, ¡les juro que no estoy en huelga de hambre! 
Acude también Perezagua a la tradición popular, revitalizada por alguna puesta en escena moderna, y a algún refrán muy cervantino, ¡claro que sí!: Muera Marta, y muera harta, que dice el propio Sancho (II, 59) y ese Ándeme yo caliente, y ríase la gente, que dice Sanchica en la obra principal (II, 50), y que en esta novela aparece dos veces en boca de Sancho:
—Y yo diré más —añadió el escudero—. [...] Y cuánta razón tenía mi abuela cuando decía aquello de que si los curas comieran piedras del río, no estarían tan gordos, los tíos joíos. Y yo veo a esos policías en los coches come que te come, come que te come, que hasta se me figura que están diciendo a dos carrillos lo de que muérase Marta, pero muérase harta... claro... como manejan las pistolas desde lejos, no tienen por qué correr... En cuanto a mí, ande yo caliente y ríase la gente, que bien que lleno yo mi estómago, sí, pero duermo como un machote, no como esas autoridades redondas y, como dice mi amo, ¡cobardes! 



Basten estos ejemplos para caracterizar a este Sancho que deambula por Manhattan y vayamos ahora con don Quijote, que en sus largos parlamentos tiende también a ser sentencioso, aunque deje a un lado lo popular. Si en Niebla decía Unamuno que «sólo está de veras cuerdo el que tiene conciencia de su locura», don Quijote , en su devenir por un Manhattan inundado, vuelve a reflexionar una y otra vez acerca de quiénes son los verdaderos locos: 
Confiemos, Sancho amigo, en estos indicios, que todo puede ser que estos canales nos lleven a buen puerto, que así como en un mundo de locos, el cuerdo es el más loco y todos los locos son cuerdos, en un mundo de mares bien podría ser que las aguas se volvieran espacios habitables. 
Las metáforas marinas envuelven a don Quijote y Sancho en los últimos capítulos, pero ahí, en la adversidad, es donde echa mano don Quijote del refranero náutico. La experiencia de navegar por las llanuras manchegas llegan también a los océanos: Ningún mar en calma hizo experto a un marinero.

—¡Ay, Sancho! ¡Mil veces, ay! ¿En qué momento nos hicimos merecedores de tan gran caída? En este justo lugar, ya antes de hoy, sentímonos deslizados en las aguas, pero lo que ahora es agua a punto de anegarnos, en aquel momento, eran manos que dócilmente nos desplazaban como dulces olas que, en la aurora apacible, mecen y arrullan al pescador en su barca. Dicen, Sancho, que ningún mar en calma hizo experto a un marinero. ¿Habremos de ser ya expertos marineros? Cargamos dentro toda una tempestad que nos llueve de afuera. Sí, acaso ahora seamos diestros hombres de mar, pero ¿dónde está la nave sobre la que podamos demostrar nuestra maestría, y surcar y domeñar los mares hasta que en buena hora bajen las aguas? 
Antes o después, las paremias en todas sus modalidades se hacen presentes en esta obra formando una rica colección, y no quiero cerrar el comentario sin resaltar dentro de los límites de la fina ironía, cuando no de la sátira social, la interpretación que de una de estas paremias muy populares hace la voz en off de una narradora del viaje virtual, que como en un moderno Clavileño, lleva a don Qujote y Sancho al espacio. 
Ahora contemplen esto otro. No ven nada. Es porque el ochenta por ciento del número observable de la materia oscura es invisible. No emite ni refleja luz. No desprende radiación. No se ve, pero está. Sabemos que existe porque porque tiene gravedad, una gravedad tan grande que con ella mueve los cúmulos galácticos. Por eso la materia oscura ha sido bautizada con el nombre de Fe, pues, aunque no podamos verla, mueve montañas. Así fue cómo se dijo una vez en la Tierra: La fe mueve montañas.

Comentario para el club de lectura La Acequia.

Referencias

  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús; Sevilla Muñoz, Julia y Sevilla Muñoz, Manuel (2005): Refranes, otras paremias y fraseologismos en Don Quijote de la Mancha. Edición de Wolfgang Mieder. Vermont: University of Vermont.
  • Cervantes, Miguel de (1605, 1615 = 2005): Don Quijote de la Mancha. Francisco Rico (ed.). Instituto Cervantes. [En línea]: (http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/default.htm), [consulta:20-12-2016].
  • Perezagua, Marina (2016): Don Quijote de Manhattan. (Testamento yankee). Barcelona: Los Libros del Lince.

martes, 6 de diciembre de 2016

Número 140. La parodia de la parodia. El hábito hace al monje



De pronto, por arte de birlibirloque, don Quijote y Sancho Panza se despiertan un buen día en las calles centrales de Manhattan en pleno siglo XXI. 

Así, sin demasiadas explicaciones y sin mayores controversias técnicas y científicas comienza esta novela de Marina Perezagua, homenaje bienentencionado a la obra cervantina, que por si no quedara suficientemente clara la intención en el título, todavía añade un subtítulo: «Testamento yankee».

Don Quijote y Sancho no se cuestionan cómo ni por qué han llegado hasta allí, sufren una especie de amnesia que los sume en la ignorancia acerca de su origen, pero en su ADN debe estar bien impreso su condición de caminantes, por lo que sin más planteamientos empiezan a andar, las aventuras no tardarán en llegar a ellos. Van ligeros de equipaje, esta vez, como en los libros de caballerías, tampoco se dice que vayan repletas las alforjas, no hay alforjas, pero sí dos cosas muy necesarias en este siglo XXI y más en Nueva York, que la autora sí que explicita: la tarjeta de crédito y la del seguro médico. 

De pronto una sábana se despliega ante sus ojos Jesus loves you, y una dama predicadora decide regalar una Biblia al Caballero de la Triste Figura en agradecimiento por sus atenciones. Enseguida vemos que esa Biblia va a ser el nuevo Amadís para su protagonista . 

Don Quijote y Sancho ven llegada la hora de buscar posada, y en un hostal de Manhattan, que don Quijote paga por adelantado con tarjeta de crédito, se encierran sin pensarlo durante esa semana a leer ese grueso libro, que a pesar de lo confuso, atrae desde el primer momento la atención del caballero. Mientras don Quijote se empapa de lo que ese extraño libro pone, Sancho Panza busca comida precocinada en los alrededores y duerme panza arriba en la cama de al lado. 

Transcurrida la semana preparatoria, comienza la verdadera aventura. Necesitan ropajes más acordes, y Sancho Panza encuentra en la tienda de disfraces de enfrente del hostal lo que va a ser su segunda piel: un traje en plástico metalizado de C-3PO para don Quijote y uno de ewok para él mismo. 

El bondadoso C-3PO es experto en comunicación con toda clase de seres vivos, así que no ha de extrañarnos que don Quijote se mueva por Manhattan como si su casa fuera, en lo que a lenguas y formas de contactar con humanos se refiera: el inglés no tiene secretos para él.

Por su parte, Sancho Panza, dentro de su peluda piel, procura mantenerse a salvo de los dislates de su amo, reservándose para servirle lo mejor que pueda y soñando con esa ínsula que no sabemos si por fin llegará.

Escrita en un lenguaje que recuerda con los arcaísmos y estilo desfasado a la parodia cervantina —no olvidemos que el habla de don Quijote ya resultaba pintoresca en su época— Marina Perezagua nos va acercando de la mano de los personajes cervantinos en los grandes tópicos neoyorkinos.

Por momentos parece como si en alguna de esas esquinas don Quijote fuera a encontrarse con Woody Allan y juntos tocar el clarinete.

Libro ameno que se lee casi de un tirón.

Comentario para el club de lectura La Acequia.