lunes, 27 de abril de 2015

Número 71. Sefarad. Una novela de novelas: La memoria de las mujeres rubias

Historias personales e historias engendradas entre las páginas de los libros y las noches de insomnio. La de Willy Münzemberg nace de varias lecturas y de la memoria de una mujer espectacular que a sus noventa años, en un apartamento de Münich, dicta sus recuerdos al magnetófono de un periodista estadounidense.
Monumento a Marx y Engels en Berlín
«Es curioso que en este sombrío asunto de los infiernos erigidos por el nazismo y el comunismo abunden tanto los testimonios de mujeres», manifiesta el autor en el epílogo, al pasar revista a las fuentes en las que se ha inspirado. No me parece tan raro a mí, buscadora de la memoria por esos pueblos, que agradece, sin querer caer en tópicos, la memoria de esas mujeres, siempre más dispuestas que los hombres, a compartir sus recuerdos. 
En el campo de exterminio de Ravensbrück la viuda de Heinz Neumman escuchaba las historias de Kafka que le contaba su amiga Milena Jesenska.

Milena Jesenska, eufónico nombre para tan importante dama de la literatura, y de la que confieso no haber sabido nada hasta esta lectura de Sefarad. ¿Y quién es esa viuda de Heinz Neumman? Me sirvo de la Wikipedia y de Internet, como el propio autor, para saber algo, aunque sea una pincelada, de la vida de estas mujeres, pero no nos adelantemos.
Sigo leyendo a continuación del punto y seguido de la cita anterior:
En muchas noches de insomnio Babette Gross vivió minuto a minuto la tortura de no saber si su marido estaba muerto o en una prisión de Stalin o en un campo alemán.
La viuda de Heinz Neumman es Margarete Buber-Neuman, la hermana de Babette Gross, tan unidas en sus destinos, que es difícil distinguirlas en una primera lectura. Sefarad no es libro para leer de corrido, hay que volver atrás más de una vez, como cuando al llegar al segundo capítulo nos preguntábamos por quién era ese Sacristán del primero.

Margarete y Babette van trenzando la historia, confundidas, como si fueran una sola, como si la historia y sus destinos hubieran sido también los mismos. También aparecen confundidos sus maridos, Neumman y Münzemberg, todos comunistas, todos grandes activistas en la Europa de entre guerras. Ninguno de los dos sobrevivieron para contarlo, lo contarían sus mujeres años más tarde, escribiendo sus historias o dictándolas a periodistas inquietos. 
Se despiden y saben que no volverán a verse los cuatro juntos nunca jamás. 
El autor con sus duermevelas se hace también protagonista de la historia y va cosiendo los escalofríos de retacería que van armando la almazuela que cubre demasiadas camas, incluso la del propio autor. La cama conyugal, propia o ajena, heredada u ocasional en cualquier hotel, volverá a aparecer una y otra vez: 
Tú dormías a mi lado y yo imaginaba a Willi Münzemberg fumando, mientras escuchaba la respiración de su mujer, Babette, que era una burguesa alta y rubia. 
Babette, que conservó el apellido del primer marido, Gross, escribió años después la historia de su desgraciado esposo Willi Münzenberg. Eine politische Biographie (Stuttgart, 1967). 
Por salvar a Babette no se rinde, asedia a dirigentes del Komitern que en otro tiempo fueron amigos o subordinados suyos...
fragmento del muro de Berlín reconvertido a pieza de pop art
Babette Gross murió en en Berlín en 1990, a la edad de 91 años. Todavía pudo ver como caía el muro. 
Margarete Buber-Neuman fue liberada del campo de concentración de Ravensbrück en 1945, vivió lo bastante —murió en 1989— para escribir lo vivido, sin olvidarse de su amiga Milena, la que le contaba historias de Kafka en las lóbregas noches de su reclusión. 
No sería de extrañar que en el campo, y oyendo también las mismas historias, estuviera también una mujer pelirroja de ojos verdes, aquella judía con la que bailó unas piezas, pero las suficientes para no olvidarla jamás, un joven combatiente de la División Azul que sería galardonado con la Cruz de Hierro. 
Tú no eres como ellos aunque lleves su uniforme.
¿Realmente no era como ellos? Ellos también amaban la música de Brahms y eran jóvenes, patriotas, idealistas y entusiastas. 
pieza de pop art representando una mujer pelirroja sobre resto del muro de Berlín



Ella era una pelirroja alta, con un vestido escotado, de una tela muy ligera, con medias de seda, con un perfume en el pelo y en la piel que me gustaría volver oler de nuevo antes de morirme.
Apenas una pieza más, una llamada de angustia y un abrazo disimulado. Fue en Narva, una noche fría como todas las de aquel invierno.
Muchos años después el veterano de la División Azul galardonado con la Cruz de Hierro sigue contando su historia, la historia de aquella pelirroja de ojos verdes, al que sienta curiosidad por ella.









Comentario para la lectura colectiva de Sefarad en el club La Acequia.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Gracias por llamarme la atención sobre un aspecto en el que yo no había caído. La mujer como depositaria de las historias que deben trasmitirse para ser conocidas.

Abejita de la Vega dijo...

Los retales de pequeñas historias conforman la gran historia. Mujeres que vivieron para contarlo.