martes, 6 de enero de 2015

Número 62. Lo que haces el primero de enero, marca el año entero

Para el club de lectura La Acequia: La sonrisa robada

¡Atención! La frase que da título a esta entrada no es un refrán, al menos no está registrado como tal, pero bien podría serlo pues está basada en una de esas creencias supersticiosas que pasan de generación en generación, y que a mí me hizo llegar mi amiga Susi hace ya bastantes años, pero que por alguna razón vuelve a mí cada primero de enero. 

Lo que haces el primero de enero, ese día en el que te levantas tarde y con mal cuerpo, marca de alguna manera cómo te va a ir el resto del año. 

No es solo mi amiga Susi la que pone mucho cuidado en ver lo que hace el primero de enero. Recuerdo haber leído, también hace muchos años, en las memorias o similares de Luis de Castresana, que después de tomarse las uvas y brindar por el nuevo año con su mujer y su hijo, el escritor se encerraba en su despacho y allí escribía los primeros folios, las primeras palabras, los primeros pensamientos, que luego tomarán volumen a lo largo del año. 

Este año yo he elegido dedicarme a la lectura tranquilamente, mientras el resto de los habitantes de la casa duermen, roncan o no han llegado todavía a casa. Nada de abrir el ordenador para ver el correo, ¿quién va escribirte en Nochevieja?; nada de hojear el Twitter o tomar notas apresuradas en ese fichero donde las acumulas sin orden ni concierto; nada de leer ese último artículo que has repescado de la red, o aquella cosa que te mandaron los amigos, y menos ponerte a ver si le das otro empujoncito a esa comunicación que se te resiste porque es en inglés. El ordenador está cerrado encima del aparador y ahí seguirá unas cuantas horas más.
Monjes en el scriptorium


Abro el libro que está encima del montón de papeles de la mesilla, ese del que dijo el profesor Ojeda al presentarlo que había que leerlo en papel, en realidad no hay otra forma, a la antigua y que enseguida te envolverá y te atrapará, pese a lo previsible de ese final que ya sabemos de antemano: los protagonistas no llegarán a casarse, aunque durante muchas páginas se mantenga la intriga de si llegarán tan siquiera a encontrarse tras un accidentado viaje a Alemania del protagonista en 1953 nada menos que en autoestop, esa modalidad tan exótica para nuestros jóvenes que te miran con asombro cuando preguntas cómo se dice en la clase de alemán: «¿De verdad que tú has viajado en autoestop?»,

¡Claro que he hecho autostop! Sin ir más lejos una mañana soleada y fría de Reyes para volver de Cáceres, a donde nos habían llevado a pasar unos días las cuatro perras ganadas con unas clases particulares.

Sumergida en la lectura hay dos historias que me atrapan, dos historias que solo por ellas merecería la pena leer esta novela: una es una anécdota del viaje, la otra la historia de uno de los personajes secundarios de la que el propio autor-coprotagonista dice que merece páginas aparte, y ¡claro que las merece!

Vayamos con la anécdota. El protagonista, tras haber atravesado Bélgica con dificultades, porque los belgas no parecen muy dados a recoger a viajeros jóvenes con sus pesados macutos, llega a Düsseldorf, una ciudad que se nos presenta en 1953, solo ocho años después de terminada la guerra, con «luminosos en tiendas y bares», pero sin hoteles en esos barrios periféricos a los que vuelven los trabajadores a descansar una vez cumplida su jornada, y allí un hombre mayor, al que no conoce de nada, un hombre solo, porque la guerra le arrebató todo, esposa e hijo, comparte con un desconocido con el que solo puede comunicarse a través de la buena voluntad lo que tiene: el techo, el café con leche, un huevo cocido, la mantequilla y «la mitad de su enorme lecho». A la mañana siguiente el hombre, del que no sabemos ni el nombre, vuelve a su rutina y José a la estación, a tomar el tren que le llevará junto a su amada. 

Ich liebe Dich


La segunda historia, la historia familiar de Dieter Pust, el historiador que ayuda al coprotagonista, al propio Abella, en sus investigaciones es una historia trágica y de superación. La huida de la familia de un modesto carpintero, con su mujer embarazada, sus siete hijos pequeños, más la abuela en un carro tirado por un fuerte caballo que muere reventado en el camino, pero no es la muerte del caballo la única desgracia que les acontecerá en su viaje como refugiados: la muerte absurda a manos de la codicia y la barbarie de la menor de las niñas, el apresamiento del padre, y la lucha por la supervivencia de la madre y de la abuela, que trabajarán desde el primer momento en la reconstrucción porque el que no trabaja no come, aunque el trabajar no sea garantía tampoco del alimento: 
una pequeña historia que no formará parte de los libros de Historia, abarrotados de acontecimientos y de cifras donde las enormes tragedias familiares sólo llegan a diminutas desgracias estadísticas, poco más que anécdotas en el tumulto de los grandes números.  

Juguetes de madera berlineses

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Dos historias que hablan del esfuerzo, de lo cotidiano: de cómo las biografías sufren la historia y solo pueden superarla con sacrificio y esperanza.
Hiciste bien en marcar tu año de esta manera.

Abejita de la Vega dijo...

El primero de enero no suelo hacer nada especial, aparte de escuchar algo del concierto televisivo vienés, echarme a andar por las calles y arboledas solitarias y comer sobras. No conocía esa superstición, la tendré en cuenta a partir del 2016.

El libro de Abella tiene muchas capas, en la memoria solo se nos quedarán algunas. Ahora quiero hacer una entrada con la corta visita que hace el joven José Fernández Arroyo a Edelgard, la intensidad de unos pocos días, pocos y con horario restringido porque la enamorada de las cartas está hospitalizada para que los médicos se ensañen, terapéuticamente eso sí, con sus pobres músculos atrofiados. Pienso que algo de ello se me quedará, el rastro que deja un buen libro.

Merece la pena también la lectura del libro que compuso el poeta José Fernández con su diario y todas las cartas: "Edelgard,diario de un sueño". Te lo aconsejo, está en la misma editorial. Completa la lectura de "La sonrisa robada".

Un abrazo y feliz año, Carmen.

Ele Bergón dijo...

Acabo de llegar en la lectura del libro "La sonrisa robada" justo a la primera historia de cómo el poeta José Fernández llega hasta Alemania. No sé si será porque son sus propias palabras las que leo en su diario,pero este capítulo es de los que más me han gustado.

Yo sí conocía la superstición del primero de año, pero la verdad no he hecho mucho caso de ella y lo he vivido según venían las horas y sus acontecimientos. Al menos lo he empezado bastante mejor que el año pasado.

Feliz 2015

Besos

La seña Carmen dijo...

Veo que lo que para mí fue una forma de arrancar, una forma de encajar por los pelos la entrada en la temática general de mi blog ha tenido más repercusión de lo que creía.

En fin, en fin, tampoco lo toméis demasiado al pie de la letra.

En cuanto a lo que nos ocupa, las palabras del poeta, me doy cuenta de que en realidad ocupan más espacio en mi mente que en el libro. Gran poder de síntesis y evocación.