lunes, 18 de diciembre de 2017

Número 179. La noche que no paró de llover: Mujeres

Laura Castañón nos ha dejado una novela de mujeres escrita por otra mujer. De eso no hay duda, porque gran parte del universo de esta novela es eminentemente femenino.

Emma y Laia son una pareja en proceso de consolidar su relación. Son lesbianas, pero bien podrían estar representando a cualquier pareja heterosexual en esa fase de sus vidas. Desconocemos como lectores por qué la autora ha elegido a una pareja de mujeres para dar voz a parte de su novela. A lo mejor por una voluntad decidida de dar voz a las mujeres y solo a las mujeres, a lo mejor por reforzar la idea de que un cierto feminismo va unido a un cierto lesbianismo —idea sobre la que debatían no hace mucho dos críticas en una tertulia literaria—, quizá por pura moda, como aventuraban esas dos mismas críticas, o quizás, simplemente, por normalizar este tipo de relaciones. 


pintada sobre muro de ladrillo: Me gusta ver la vida pasar. Me gusta verla contigo.


Sea cual fuere la razón, Castañón ha optado por describirnos una pareja muy en la línea clásica, en la que una de las partes tiene que adoptar necesariamente un papel de más fuerza, más protector, más masculino, mientras que la otra parte sigue manteniendo la femineidad. Emma, que ha tenido con anterioridad una relación hétero, toma, sin proponérselo pero con entusiasmo, ese papel para sí, aunque en un momento de la novela reflexione sobre si su actitud no estará siendo algo patriarcal.

Un punto a favor de Castañón es que Emma no se cuestiona en ningún momento su etapa anterior, ni tan siquiera se plantea si le atraen las mujeres, porque sencillamente quiere a Laia y quiere vivir con ella. Punto a favor en este mundo donde a todo se le pone una etiqueta, incluso antes de existir.

Sin embargo, hay un cierto punto de frivolidad cuando la autora nos presenta el físico de Emma, como una mujer entrada en carnes —y cuántas no desearíamos esas tallas—, mezclándolo además con la homosexualidad de su hermano, con lo que la presunta normalización de las distintas orientaciones sexuales se difumina, para caer casi en los chistes de mariquitas de cualquier monologuista trasnochado: 
Anda que... A veces lo pienso, y ya sé que esto excede el contenido de este diario, pero qué coño, mi madre siempre se queja, en voz baja, como hace ella, de forma que te lo hace notar aunque no pronuncie las palabras exactas, es, que se lamenta de que mi hermano sea gay y de que yo sea gorda, bueno, gorda... que tenga este sobrepeso tan estupendo y estas formas de matrona... Pero la culpa es de ella. Los nombres marcan mucho, y si a un niño lo llamas Richi, por muy masculino que sea lo de Ricardo, oye, ya vas mostrándole el camino... Y si a una niña la llamas Emma, lo más probable es que te salga gorda. Emma es nombre de gorda, de mujer con las tetas grandes y con las caderas anchas. O con las caderas no muy anchas, pero con tetas, eso sí. Y yo tengo de todo: talla 44-46 95C de sujetador. Es lo que hay. Mi madre se quejará de ello, pero es su culpa, por ponernos estos nombres. 
Señora Castañón, ni las trastornos en la alimentación de esas mujeres que se ven gordas siempre, ni la orientación sexual, son motivos para andar bromeando, pero una vez señalado este punto de desencuentro, sigamos. 

Feli, ese personaje aparentemente sin gran relevancia, es sin duda el personaje revelación de la novela, uno de esos personajes que va creciendo a medida que pasas las páginas. Feli no tiene nada de extraordinario, es esa chica con la que coincidimos todas las mañanas esperando al cercanías camino de su trabajo. Esa chica que lleva ropa cómoda, un bolsón grande, probablemente con la comida del mediodía dentro, esa chica que lee durante el trayecto una novelita o los apuntes de unas oposiciones... Feli tiene algo de nosotros mismos, de la gente corriente que sueña con que algún día le cambiará la vida y a la que los nubarrones del pasado vuelven cíclicamente a causarles desazón. Feli y su historia, aunque previsible, es de lo mejor de esta novela.

Y está Valeria, aparentemente la que desencadena todo, el eje de todo, víctima de sus propios recuerdos. Mujer distinguida, incluso en la uniformidad tristona de los geriátricos, cuya cuenta corriente le permite aún ciertos lujos, como el disponer de un apartamento privado dentro de la residencia. Valeria conserva aún las fuerzas suficientes para salir sola, coger el tren, ir a la peluquería, realizar alguna compra y visitar una vez por semana a su psicóloga, la joven Laia. Valeria es distinguida pero un poco irreal, es casi como una idea vagando entre las sombras de la vejez y su propia confusión, a pesar de gozar aún de un más que aceptable nivel cognitivo.

Valeria está sola en el mundo porque todos los familiares se la fueron muriendo, de muerte natural o en trágicas circunstancias. A Valeria solo le queda la residencia, las sesiones con la psicóloga, y aunque ella no lo sepa, le queda Feli, la chica que limpia sus habitaciones en la residencia.


Tres figuras abandonan la playa sobre un reguero plateado


Valeria no tuvo hijos, porque entonces, en su momento, los enviaba Dios, pero ese hecho no le ha producido aparentemente ningún trauma. Ahora las cosas son bien distintas y unos meses antes de embarazarte debes empezar a tomar ácido fólico para que el niño nazca sano, ¡Dios santo!, ¡con la cantidad de niños sanos que hemos venido a este mundo sin que nuestras madres supieran lo que era el ácido fólico! Y es que antes te embarazabas por lo divertido, y en todo caso la preocupación era no divertirte mucho no fuera que... pero ahora pensar en un embarazo, sobre todo a cierta edad, es meterte en un vía crucis de médicos, tratamientos, fracasos...

Otro tema de moda hoy en día, los embarazos tardíos, sin duda motivo de preocupación para muchas mujeres, pero un tema que llevado a una novela puede resultar muy poco literario si se abusa de los detalles. Laura Castañón es prudente y no nos atosiga con mil pruebas clínicas, pero lamentablemente un caso particular, algo totalmente excepcional le sirve para apostar decididamente por los vientres de alquiler, o seamos más finos si se prefiere, por la maternidad subrogada.

Una excepción por amor, que poco o nada aporta a la trama, solo puede servir para justificar la práctica en general. No, lo siento, las mujeres no somos, efectivamente, vasijas, y los derechos de unos no pueden estar por encima de los derechos de las mujeres, máxime cuando pocas gestantes altruistas conocemos, y sí por desgracia ferias en el centro de Madrid donde se ofrecen las mejores opciones al que las pueda pagar. Ni ser padre ni ser madre es un derecho, por mucho que la autora lo diga por boca de Emma, y se lo digo mirándole a los ojos y sosteniéndole la mirada a quien sea:
He leído tantas opiniones estos días acerca de la maternidad subrogada, acerca de la visión de las mujeres puro recipiente, y blablablablá. No sé si yo misma no habría escrito las mismas cosas hace un tiempo. A lo mejor hace unos meses. Que, a ver, no digo yo que no, en general, que si lo de cobrar por gestar y lo que trae consigo de que en la India dicen que hay granjas de mujeres, y la explotación y todo eso. Pero de ahí al discurso va y se radicaliza, y se pontifica y se excluye cualquier otra lógica diferente de la línea dura y dominante. Pero qué distinto cuando descubres cuánta generosidad hay en ello en general, y cuánto amor en este caso mío particular. La mayor parte de quienes hablan de no somos vasijas, y hacen de ello un grito, seguramente no se han parado a pensar en los casos concretos y formulan el mismo grito que yo misma tan vez habría suscrito quién sabe si hasta entusiasmada sin haber mirado a los ojos a quien de verdad quiere tener un hijo. Y no puede. 
Algunos temas son tan serios que mejor dejarlos fuera de las novelas, si no van precisamente de esos temas, y aquí la autora ha forzado muchísimo la maternidad y la importancia irrenunciable de los propios genes, que solo le ha faltado retorcer un poquito más la historia y en vez de recurrir a donantes anónimos de espermatozoides, recurrir a algunos de la proximidad familiar y así todo quedaba en casa, con una abuela doblemente feliz tejiendo patucos.


Comentario para el club de lectura La Acequia.

9 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente visión de las voces femeninas de la novela, que puede ser leída, en efecto, en clave de género.
En cuanto a tus desencuentros: quizá haya que pensar que la autora ha querido caracterizar personajes de esa manera, aunque no sean los temas principales de la novela. En enero puedes preguntárselo en persona, ya sabes.

pancho dijo...

Las parejas homosexuales es algo ya asumido por la sociedad de manera natural, salvo casos concretos y puntuales. Lo normal es que a la gente le importe más bien poco las apetencias sexuales del prójimo. Ahora permanecer en el armario metido es lo raro, incluso son mal vistas las personas que se aferren al heteropatriarcado ese del que tanto hablan, la organización social que hemos conocido toda la vida.
La novela trata temas de actualidad como lo de los vientres de alquiler, con humor, que es la manera de quitarle gravedad y trascendencia al asunto. Por lo que veo, es el futuro y no hay quien lo pare. Cada vez hay más, y manda mucho lo que hagan los famosos y futbolistas...
Los personajes de Emma y de Feli son los mejor desarrollados y por los que sientes más simpatía. Buenas creaciones. Esa Bridget Jones a la gijonesa es genial. Todo a mi juicio, que es el que es, que es poco.
Magnífica reseña.
Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

No veo humor en la novela en el tema de los vientres de alquiler. Yo creo que la autora va muy en serio.

En la realidad ni pizca de gracia, por mucho que nos venga de la mano de futbolistas de élite.

Gracias por pasaros por aquí.

pancho dijo...

En general todos los temas que trata Emma en su diario van unidos a un humor reconocible, que no quiere decir que sean bromas. También hay piezas perfectas que expresan el dolor más profundo. Estoy pensando en las páginas 425-426, de una intensidad lírica importante.
El humor es sanador, le resta trascendencia a las cosas: "Y me da igual que me digan que si soy una vasija o que si tal y cual, porque nadie tiene ni idea de cuánto y cómo nos queremos. Y ya está, al que le pique, que se rasque, coño." Aunque en este caso ella va a ser la receptora y no será de ningún alquiler.
Lo importante es que haya niños que renueven la especie, que nos quedamos despoblados y sin nadie en muchos sitios.
Sin ánimo de polémica.
Un abrazo.

Abejita de la Vega dijo...


Lo de los vientres de alquiler es un tema demasiado espinoso. ¿"Granjas de mujeres"? Me pone los pelos de punta...¡Para bromas!

Y no veo en la novela de la Castañón a ninguna Bridget Jones. Bridget era una solterona con ganas locas de pillar novio, más salida que el mango de una sartén y acosada por presión familiar y social. Ni Enma ni Laia son eso. Enma y Laia son el amor con mayúscula y con toda su carga de inseguridades.

¡Ay estas mujeres delgaditas que se asustan de una 44 y una 95!

Desencuentros.

Vivimos tu lectura.

Besos, Carmen.

pancho dijo...

Con permiso de la anfitriona del sitio.
Abejita: ya sé que la temática tiene poco que ver, me refería sólo al tono desenfadado de ambos diarios.
Habrá que ponerse al día en tallajes...
Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

Permiso concedido. Entre soldados cumplimientos son excusados.

Yo a Emma también la veo con desenvoltura y desparpajo.

Paco Cuesta dijo...

Trataré de terminar la novela con cierta urgencia para alcanzar con cierto decoro la polémica.
¡Magníficos todos!, gracias por los comentarios.

Ele Bergón dijo...

Ahora que ya llevo casi las cien páginas de las novela, te puedo decir que sí, que estoy bastante de acuerdo contigo en lo que escribes en esta entrada.

Creo que uno de los personajes que más me gustan es Emma, para mí es la la más "sana" de todas. Eso siempre dicho teniendo en cuenta mi lectura.

Lo de la maternidad subrogada, no he llegado todavía, pero para nada estoy de acuerdo y en especial cuando hay dinero por medio y mucho menos tomárselo a la ligera. Creo que es un tema bastante serio.

Besos