jueves, 30 de julio de 2015

Número 84: Amigos hasta en el infierno

Utilizo por la mañana el refrán Bueno es tener amigos hasta en el infierno en carta a un amigo, y esa misma tarde, en conversación con una mujer mayor de mi pueblo sale el mismo refrán a relucir, pero de una forma curiosa, glosada en una conversación de esas espontáneas que una tiene la suerte de registrar, en ese afán de registrar el habla popular:
—Mira, otra amiga que viene por ahí. Yo no tengo mas que amigas... como si estoy en el infierno [risas]. J, la estoy diciendo a mi prima, que es de mi prima C, mira ya viene por ahí otra amiga, si no tengo mas que amigas, como en el infierno, le digo y todo.
—Si es que hace falta tener amigos hasta en el infierno.
—¿Lo ves?
—Si es que es verdad. Si no tienes amigos en todos los sitios...
—Mejor si no los tenemos en el infierno ¿no?
—¡Es mejor en la gloria!
—Mejor en la gloria ¿no?
[...]
—Yo no me meto con nadie, al reves, que tengo amigos, aunque sea en el infierno
—Eso hago yo, tener amigos hasta en el infierno.
—Yo hago amigos y me lo agradecen pues soy feliz.[1] 
Bien, aprovechemos y profundicemos en los orígenes de este refrán que aconseja tener amigos en un sitio a donde nadie espera llegar, como recuerda un cantar religioso de la Semana Santa: 
Los que están en el infierno,
allá no pensaban ir.[2] 
Los primeros testimonios que encontramos son del siglo XIX, por lo que si no nació en este siglo fue en él cuando se popularizó, ya que son numerosos los testimonios. 

Modesto Lafuente que entre 1837 y 1844 publicó y redactó la revista satírica Fr. Gerundio lo utiliza varias veces. Veamos un ejemplo en el que Fr. Gerundio, en compañía de su criado Tirabeque, acude a la romería de San Isidro en Madrid donde se encuentra una curiosa caseta de las maravillas donde los espectadores pueden contemplar no solo ciudades europeas sino también a Napoleón y visitar el infierno. Veamos el pasaje:
Invite a Tirabeque a que subiésemos cuanto antes a la ermita del santo a rezar; a lo cual me respondió (¡oh escándalo!): «Señor, vaya vd, si quiere, que yo prefiero quedarme en el infierno.» Yo por no abandonarle determiné quedarme también en él. Entramos pues en el infierno hechos un Ulises y un Eneas, y aunque mal pintado, todavía le pareció a Tirabeque reconocer algunos amigos, alegrándose mucho de verlos allí; no por ellos, sino porque es bueno tener amigos aunque sea en el infierno. Salimos pues del infierno y volvimos a entrar en el foco de la romería: es decir, salimos de un infierno y entramos en otro (Fr. Gerundio, núm. 249, 19/5/1840, pág. 6).
Otro curioso ejemplo, también sacado de la hemeroteca, es este de una revista femenina en la que el infierno no es otro que un Madrid enfangado por un mes continuo de lluvias; el autor cronista se esconde tras el seudónimo de Dulcamara: 
Hace un mes que el cielo de Madrid es una regadera, y el suelo una zahúrda, la atmósfera una nevera; por cariño a mi pulmón y consideración a mi ropa, apenas salgo de casa, de donde lógicamente se deduce que sabré poco de lo que pasa en la calle. Sin embargo, dice el refrán que bueno es tener amigos, aunque sea en el infierno, y yo que venero y acato la filosofía de los refranes, no quise que en Madrid me faltara a quien estrecha la mano, y merced a esta dócil determinación podré comunicar a las lindas suscriptoras algunas noticias, si no frescas, por lo menos verdaderas, porque es el caso que el tal amigo vino a visitarme, aprovechando un descuido del sol (Álbum de señoritas y Correo de la moda, núm. 140, 30/11/1855, pág. 6).
Quizá la explicación más esotérica sobre cómo llegó a nosotros la necesidad de contar con amigos en tal extraño lugar la encontremos en la crónica del viaje a Anaga, comarca del nordeste de la isla de Tenerife, rica en tesoros naturales y etnográficos, a la que viajó a finales del siglo XIX Manuel de Ossuna y van den Heede. Sus artículos para La Ilustración española y americana son un compendio de datos interesantes sobre esa zona tan desconocida para la mayoría de los lectores. En uno de ellos acerca de las creencias y supersticiones de aquellas tierras, y su posible origen, habla como propio de ellas del refrán que nos ocupa: 
En estas como en otras muchas narraciones que tengo a la vista, descúbrese un poder extraordinario en los malos espíritus: todas sus maravillas las obran, a la manera de los genios diabólicos de Armenia, cuando está el sol puesto; como en esa región asiática, aparecen bajo formas luminosas, bailando y produciendo singularísimos ruidos, y es el fuego mismo el que casi siempre les sirve de conjuro. Las brujas de Anaga no montan en escobas para ir los sábados al aquelarre, como las de España; ni dan maldao a las embarazadas; ni aparecen en buena xente; ni la serpiente voladora de los celtas guarda misteriosos tesoros; ni la lycantropía, tan creída en Europa y hasta en las Azores, fue jamás ardid a que recurrió hechicera alguna de nuestros valles. Y mientras que los decires y tradiciones de la Península ibérica, hablando de nuberos que provocan tronadas, de encantadores que causan numerosas víctimas o de brujas que muerden a sus aborrecidos, revelan visible conexión con la magia goetia; el pacto temible de nuestros animeros con el demonio, los refranes que se dicen entre nuestros campesinos de sentido enteramente zoroástrico, v. gr. aquel que recomienda tener amigos en el infierno, o las oraciones usadas por los curanderos canarios, análogas a las recitaciones prescritas en el Vendidad a los sacerdotes, señalan en nuestra mitología clarísimos reflejos orientales, algo como lejano eco del antiguo semitismo pagano, más cercano seguramente de aquellos tiempos en que la magia era en Caldea la ciencia de Dios y de la Naturaleza, y en Egipto las «fórmulas mágicas» oraciones dirigidas a la Divinidad (La Ilustración española y americana, 30/7/1887, pág. 10.)
Entre otros testimonios destacables dentro del siglo XIX podemos contar también con uno de Galdós:
A pesar de mis propósitos determiné visitar a Sáez, porque bueno es tener amigos aunque sea en el infierno (Los Cien Mil hijos de San Luis, 1877).
A principio del siglo XX ya figuraba en los repertorios fraseográficos y paremiográficos. 
Amigos, aunque sea en el infierno. Indica la conveniencia de tenerlos en todas partes para utilizarlos a tiempo (Caballero y Rubio, 1899).
Bueno es tener amigos, aunque sea en el infierno. En muchas ocasiones se necesita el valor y ayuda de quienes menos se podía esperar (Sbarbi, 1922). 
«Aunque sea en el infierno» alternaba desde el principio con «hasta en el infierno», como lo muestra el siguiente testimonio, que encontramos en el cuento de Luis de Eguílaz, A vista de pájaro. Historia de unos amores, publicado en el Semanario Pintoresco Español:
En esto se fundaba un escribano amigo mío (yo tengo amigos hasta en el infierno) para ser hombre honrado, ínterin sus colegas no dieran en explotar el filón de la hombría de bien; que una vez que todos poseyesen esa cualidad, cosa era de echarse a pícaro (Semanario Pintoresco Español, 6/1/1856, n.º 1, pág. 6).
La idea estaba para entonces fijada, aunque no exactamente la redacción del refrán. 

Finalizaremos el muestrario de citas con esta otra, que nos parece curiosa, pues incide en la posible contradicción que puede significar para un católico prever su condena en el infierno. Se trata de un texto irónico-satírico, publicado en El Liberal —la publicación no es baladí— en el que un autor, que se autodenomina el RATA II se dirige nada menos que al presidente Sagasta, presidente del Consejo de Ministros:
Mi querido Presidente (no en lo de Rata, ni en lo de ministro, sino simplemente en lo de ciudadano): El Rata I está en San Sebastián, a fin de hacer la debida pleitesía a las aristocracias de la sangre, del dinero y de la política. El Rata III se halla en Cuba con el destino que ha poco le proporcionaron aquellos amigos que en todas partes tenemos, hasta en la gloria. (Los buenos católicos dicen «hasta en el infierno».) (El Liberal, 23/7/1893, pág. 1).
Curiosa la oposición gloria/infierno a la que hacíamos referencia al principio, esta vez puesta en boca de buenos católicos, como sin duda lo son nuestros protagonistas de la conversación con la que se iniciaba este comentario. 

Para finalizar reproducimos la viñeta aparecida en La Voz, 15/3/1924, pág. 1, que sin duda hace referencia a un hecho de actualidad del mundo financiero, suficientemente conocido, pero que no nos hemos entretenido en investigar.




Referencias

  • Arroyo Veros, Juan F. (2009): Enciclopedia adradeña. Adrada de Aza: Cultiva Comunicación. 
  • Caballero y Rubio, Ramón (1899): Diccionario de modismos. Madrid: Librería de Antonio Romero. 
  • Sbaarbi, José María (1922): Diccionario de refranes, adagios, proverbios, modismos, locuciones y frases proverbiales de la lengua española. Madrid: Librería de los Sucesores de Hernando.

Notas

  • [1] Gumiel de Izán, 29-07-2015.
  • [2] De las canciones que se cantaban en Adrada de Aza el día de Jueves Santo (Arroyo Veros, 2009).

3 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Bueno, a mí me gusta tener amigos y amigas, pero estoy bastante segura que ninguno o ninguna de mis amigas esté en el infierno, entre otras cosas, porque esos amigos y amigas que tengo y mantengo, son buenas personas y si como dicen al infierno van los malos, no creo que anden por allí.


Le va hacer mucha ilusión a Juan Fran, el que utilices como consulta su Enciclopedia. Ya te lo presentaré. Las amigas estamos para generar amistad.

Besos

Abejita de la Vega dijo...

Por alusiones, Luz tiene razón. Mis amigos son buena gente, no digamos la Ele.
El refrán habla de contactos, conexiones, no de auténtica amistad.
Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Tenéis razón, pero si el refrán hablara de contactos en vez de amigos, perdería mucho, digo yo.