miércoles, 15 de octubre de 2014

Número 57... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (V) El melonar

No seguiré aguas abajo sin detenerme en ese melonar en el que don Quijote, además de echar a perder toda una cosecha de melones, es apaleado por dos veces, él y su fiel Sancho, que seguirá recordando el episodio a lo largo de la novela.

Sucedió en Ateca, ya muy cerca de Zaragoza, donde el hidalgo, ante la vista de un melonar y su guarda —por cierto, resaltemos que tanto guarda como fantasma eran del género femenino en la época—  se le nubla la vista, se desborda su imaginación, y queriendo ver en el humilde melonero un caballero convertido en fiero gigante por arte de encantamiento, arremete contra él en singular batalla.

Pero antes de proseguir recordemos algo de la aventura de los molinos del Quijote original:
—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla (I, VIII).
Hablemos de verosimilitud: el que a los ojos de un loco, unos molinos de viento puedan en la lejanía parecerle gigantes está dentro de lo plausible, como bien demostró Romagosa en su extraordinaria versión en dibujos animados para la televisión, pero ¿qué extraño espejismo convierte a un melonero en el caballero Roldán, vuelto igualmente loco y propenso a los mayores desmanes?

Sancho lo describirá más adelante, pero pocas palabras gasta Avellaneda al presentarnos al melonero : 
boluio la cabeza, y vio en medio de vn melonar vna cabaña, y junto a ella vn hombre que la estaba guardando con un lançon en la mano, detuuose vn poco mirándole de hito en hito, y despues de auer hecho en su fantasia un desuariado discurso dixo: (p. 171).
Ni tan siquiera se dice, como se aclarará páginas después, que el melonero era morisco, detalle no despreciable, como ya vimos en la primera lectura, teniendo en cuenta las circunstancias históricas y sociales en las que apareció la novela. Un solo hombre, pobremente armado, en medio de un melonar desencadena la fantasía del loco. ¿Cómo? Ni tan siquiera podemos atribuirle al modesto lanzón, la característica de ser un arma peligrosa, pues como vimos en el episodio de la venta era un utensilio habitual en las casas de la gente de campo: «el ventero entró en la cozina y sacò un assador de tres ganchos, bien grande, y su muger vn medio chuzo de viñadero» (pp. 166-167). De hecho, el melonero, a la hora de enfrentarse a don Quijote, lo primero que hará será arrojar ese lanzón, al que no parece encontrarle utilidad ofensiva. 

Cabaña guardaviñas
Una vez presentado el nuevo personaje con simplemente lo que se ve, don Quijote, o Avellaneda, se sumerge en un larguísimo discurso, sin pies ni cabeza, ni mayor justificación, lentificando en exceso la acción;  arenga que, sin embargo, sí ha oído atentamente Sancho, que replica a su amo de esta manera: 
Señor Cauallero desamorado: lo que a mi me parece es, que no ay aqui, a lo que yo entiendo, ningun señor de Argante, porque lo que yo alli veo no es sino vn hombre que está con un lançon guardando su melonar, que, como va por aqui mucha gente a Çaragoça a las fiestas, se le deuen de festear por los melones, y assi digo que mi parecer es, no obstante el de v. m. que no alborotemos a quien guarda su hazienda, y guardela muy en hora buena, que assi hago yo [con] la mia; quien le mete a v. m. con Giraldo el furioso, ni en cortar la cabeça a vn pobre melonero? quiere que despues se sepa, y que luego salga tras nosotros la Santa hermandad y nos ahorque y asaetee, y después eche a galeras por sietecientos años, de donde primero que salgamos ternemos canas en las pantorrillas? Señor don Quijote, no sabe lo que dice el refran, que quien ama el peligro, mal que le pese, ha de caer en él? delo al diablo, y vamos al lugar que està cerca; cenaremos muy a nuestro plazer, y comeran las caualgaduras, que a fe que si a Rozinante, que va vn poco cabizbaxo, le preguntasse donde querria mas yr, al meson, ò a guerrear con el melonero, que dixesse que mas querria medio celemin de ceuada que cien anegas de meloneros; pues si esta bestia, siendo insensitiua, lo dize y se lo ruega, y yo también, en nombre della y de mi jumento, se lo suplicamos mal y caramente, razón es nos crea; y mire v. m. que por no hauer querido muchas vezes tomar mi consejo, nos han sucedido algunas desgracias. Lo que podemos her es: yo llegarè y le comprarè vn par de melones para cenar, y si el dize que es Gayteros, ò Bradamonte, ò essotro demonio que dize, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dexémosle para quien es, y vamos nosotros a nuestras justas Reales (pp. 172-173).
Ciertamente no se queda atrás Sancho en su réplica a don Quijote, llena, como podemos ver de hipérboles —setecientos años, cien anegas— y prolepsis sin sentido: «nos ahorque y asaetee y después eche a galeras». Llama también la atención la personificación de Rocinante, al que no solo se dota de voluntad y discernimiento, y casi casi de habla, sino también de alguna característica de los fabulosos gigantes, capaces de comerse cien fanegas de meloneros, que no de melones, de una sentada. 

Curiosa también la expresión «tener canas en las pantorrillas», que parece original, aunque por lo que Tirso deja entrever en su obra El melancólico, donde emplea la expresión «pantorrillas de plata», era costumbre en la época intentar disimular la edad mediante el tinte de barba y cabello, pero el vello de las pantorrillas terminaba por delatar al impostor. 

Don Quijote no atiende a razones, y ávido de gloria, no importándole morir en semejante batalla siempre que sus cenizas sean llevadas junto a las del Cid, prosigue con su relación de grandes y fantásticos sucesos, pero Sancho no quiere oír hablar de la muerte de su amo: «que haria despues el triste Sancho Pança solo en tierra agena, cargado de dos bestias, si v. m. muriesse en esta batalla? (p, 174)».

Sigue don Quijote con sus razones, Sancho con las suyas, y a este, viendo que no puede torcer la voluntad de aquel, solo le queda rezar y ofrecer una misa al señor san Anton, para que guarde «a v. m. y a Rozinante (p. 176)». Recordemos que en la aventura de los molinos, don Quijote le dice a Sancho que entre en oración si tiene miedo. 

Arremeten caballero y caballo por medio del melonar, contrariado el segundo por ver pasar ante sus ojos y dientes aquellos verdes manjares, y a una distancia prudente de la cabaña donde espantado aguarda el melonero, don Quijote echa pie a tierra porque no quiere llevar ventaja sobre su enemigo, al que el malvado encantador no ha dotado de un caballo. 

El melonero, viendo «aquella fantasma» que se le venía encima y le estropeaba la tan celosamente guardada cosecha, intenta pararla con voces y amenazas, pero al segundo intento arroja el lanzón y echa mano de la honda, con la que parece tener gran destreza: David enfrentándose al gigante Goliat, los papeles se han cambiado y el valiente caballero cae por dos veces herido ante el insignificante melonero. 

La aventura no termina en la cabaña en la que Sancho trata de curar a don Quijote con conjuros en forma de romance: «pero agradezca la vida que tiene, a vn romance que yo le rezè del conde Peranzules, que es cosa muy prouada para el dolor de hijada (p. 177)». Mientras, Rocinante y el jumento, ya sueltos, gozan en el melonar, pero la venganza llega pronto, sin dar tiempo a Sancho ni a recitar más romances, ni a dar cuenta tan siquiera de un triste melón con el que saciar su hambre: el melonero, que ha vuelto a su hacienda, acompañado de unos mozos provistos de estacas y palos, propinan tal paliza al caballero y al escudero que los dejan malheridos. No contentos con ello, se llevan las caballerías en prenda y reparación, y si no se llevan el dinero y otros objetos de valor, es porque Sancho ha tenido la precaución de meter la maleta en la cabaña.

Nada parece dar consuelo a Sancho cuando, al intentar reponerse de los golpes, ve que su preciado jumento ha desaparecido. La personificación del animal, elevado a la categoría de «hermano de leche», se produce sin tardanza: «Adonde hallarè yo otro tan hombre de bien como tu, aliuio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones (p. 180)».  

El sarcasmo con el que Avellaneda ve esta identificación entre amo y jumento lo corrobora cerrando el capítulo con Sancho cargado de la albarda camino del lugar: «Sí podrè, dixo Sancho, que no es esta la primera albarda que he lleuado a cuestas en esta vida (p. 181)».


Bibliografía

  • Cervantes, Miguel de (1605 - 2005): Don Quijote de la Mancha. Ed. Instituto Cervantes.
  • FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.

7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Este don Quijote está rematadamente loco sin solución. Esta doble tanda de golpes es la condena y la afirmación definitiva de la lectura de los personajes por Avellaneda.

Ele Bergón dijo...

Qué adelantada vas. El Sanchicho aún está en el capítulo IIII. En ese del Caballero Desamorado que tú ya has comentado. Ya te dije que me gustaba ese nombre. Algo bueno tiene que tener este Avellaneda.

Me doy cuenta que D. Quijote sigue con sus fantasías y mi padre Sancho con sus comilonas, más escatológico, de lo que es su habitual y poniéndole al Alonso con la cabeza en su sitio, pero no hay manera con él.

A decir verdad, no leo con mucho entusiasmo. Estoy ocupado en otras cosas.

Choque de manos

El Sanchico

Ele Bergón dijo...

Por cierto, la cabaña guardaviñas, en Pardilla la llamamos cabaña de los viñaderos, que supongo que también se dirá por Gumiel. Lo de guardaviñas, por mi tierra no lo he oído.

Besos

Luz

La seña Carmen dijo...

Sanchico, hijo, es que yo voy mucho en metro y por eso me cunde la lectura. Además, era para mí casi una obligación leer esta obra por lo de los refranes.


La seña Carmen dijo...

En Gumiel de Izán las llamamos chabolas o casetas.

Lo de cabaña guardaviñas lo he puesto por ser más neutro. Cuando uso lo de chabola fuera del pueblo, la gente las identifica con las infraviviendas.

Sí, el miedo guarda la viña, que no el viñadero.

Abejita de la Vega dijo...

No sé como salen vivos, don Quijote y Sancho, del melonar, entre pedradas y palos. Y leemos que los palos fueron muy bien dados, o sea que eran merecidos. A este escritor se le ve el plumero...o la sotana. Reciben el justo castigo aplicado a unos ladrones. Y ahora que lo digo...en el de Cervantes no se apropian nunca de nada ajeno, ni siquiera para comer. En esos campos solo encuentran tagarninas y bellotas. En sus alforjas, como mucho, hay pan duro y queso más duro aún. Nunca pillan algo tan jugoso como un melón.
Y ahora sin caballo y sin asno. ¿Qué van a hacer?
Un abrazo, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Abejita, en todas partes hay almas caritativas.